miércoles, 18 de octubre de 2023

Fiebre en Toronto

Tenía razón Platón. Una cosa es el alma, y otra es el cuerpo. Cómo es posible que me arda la sangre y me duelan hasta las pupilas, y al mismo tiempo sienta la plenitud de una vida sencilla? 

Los terrores de la fiebre no ahuyentan mi alegría, mi dificultad para dar el paso y mi fe en el camino no provienen del mismo sitio; la satisfacción de escribir estas líneas me distrae de la molestia de tragar saliva. 
Tal vez el deleite de un buen verso sea más potente que el paracetamol.
Entonces, por qué contagiamos la certeza de la muerte con algo no probado hasta ahorita; que si mis ojos se olvidan de distinguir la Luz de cada día y cierran para siempre sus cortinas, el espíritu de la belleza que me habita se esfumará sin más, sin retorno a su lugar de origen.
Tal vez la nada se esté riendo de mi ahorita y sobre todo los profetas de la gaya ciencia. 
No lo puedo explicar como Comte manda, pero la certeza de un puñal a traición que pudo quitar del poder a Julio César se queda corta para explicar que hoy 21 de marzo de 2017 la inmortalidad de Sócrates no es asunto de probeta.

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