viernes, 13 de octubre de 2023

Huida

Resultó que también estábamos huidos. Yo huida del tiempo. Quería como siempre acelerar el destino. Él huido de quien sabe qué, pero huido al fin. No pensé que sería mi cómplice en esto pero así como así dejamos todo. Un cuarto grande en la Modelo, un depa viejo en la Narvarte. Un trabajo estable, un trabajo intermitente. Un coche eficiente color cobre, un diagnóstico sabor a cobre. Esa tarde comimos sushi en el Centro mientras nos ilusionábamos con un país que prometía recibirnos. Sonaba a lo lejos pero bastante fuerte Take Five ¿quién no podría mal interpretar un momento así? Mis deseos al fin cumplidos. Todo cuadraba. Un sí, un finiquito por cobrar, planes sacados de la manga para aprender un idioma y demostrar la valía. Nadie se opuso. Bueno sí. Hubieron por ahí un par de escépticos "¿Y de qué van a vivir?", "¿Ya hicieron números?". Vaya cretinos cuestionando los ideales, echando la sal. Y yo por mi parte perfeccionaba mi autoengaño: “no siempre es necesario tener un plan”. “Canadá es el verdadero American dream” Ahí todavía no se me hacía raro despertar extremadamente nerviosa siempre a la misma hora, 5:55e. Creía que era parte del ritual del escape. Tampoco se me hizo extraño no poder renunciar con palabras sino envuelta en llanto. También huía de ese otro desamor laboral. 

¿A quién no ha cegado el amor? Somos capaces de inventar toda una vida para estar con la persona amada. Incluso negar la vida que ya se tiene o una enfermedad que se padece. Pasaron varias semanas antes de irnos y no pude ver las señales. Sólo veía lo que quería ver. Empecé a ver y escuchar sobre  Canadá por todas partes. Es como si los algoritmos del internet también funcionaran en la vida analógica.  Es el efecto Baader-Meinhof. Resultó que no éramos los primeros en aventurarse viajando a esta tierra prometida. Fulanito y Menganito ya habían ido hace cinco años y les había ido muy mal. No pudieron quedarse a vivir allá. "Eso no nos va a pasar a nosotros porque somos nosotros". Es común creer que las tragedias no nos pueden ocurrir a nosotros. Empezaron a llegar la lluvia de consejos no solicitados. Un día como cualquier otro, cruzando Enrique Rébsamen se nos apareció un camión de carga con una bandera inmensa de nuestro "futuro país" y con un rojo más intenso de lo normal en la parte trasera. Veía, como dije, solo lo que yo quería ver. Muchas veces se huye con la falsa idea de que en otro lugar o en otro momento, no aquí y en el ahora las cosas serán diferentes por arte de magia. Hay un sin fin de ideas que pensamos que van a cambiar o ser mejores. Nussbaum sostiene que ese pensamiento mágico es algo instintivo. No hubo tiempo de reflexionar. No hubo tiempo de investigar. 

Entre las cosas divertidas de ese periodo fue desprenderse de todo; tratar de sacarle jugo a cada pertenencia y regalar lo que no pudo venderse. Las copas azules se las regalé a Patricia. ¿Quién demonios tiene copas azul turquesa? El libro para colorear Mandalas que comprÉ en el Sanborns de Coyoacán se lo regalé a Azucena. Nunca pinté más que una página y creo que además se quedó incompleta. ¿Cuántas cosas no compramos así, con la falsa esperanza de llenar un vacío o de generar algún hábito que jamás se consolida o por la simple dopamina que genera el poseer algo nuevo? Tal vez por ello no sentí ninguna clase de arrepentimiento al desprenderme de todo. Las huidas también sirven para replantearse. Definitivamente no sabía hasta qué punto esto me trastocaría todo. 

Otro evento placentero fue la fiesta sorpresa que me organizó Lesly para despedirnos. Qué vergüenza. Ese día yo pensaba pasar por la casa de mi prima porque me quería "invitar un café", pero comprando las últimas cosas para el viaje llegué tardísimo. Los invitados llevaban más de dos horas esperando gritar "sorpresa" hasta que aparecí toda cansada de dar vueltas por una plaza comercial buscando ropa térmica. La cita era a las 3 pm y llegué hasta las 5:55. ¿Qué como recuerdo? Porque pensé "al menos no son las seis". Aun así ahí tampoco me detuve a pensar en los números. Estaba tan fastidiada que necesitaba entregarme por completo al calor familiar. Odio las plazas. Odio salir del estacionamiento. Y muchas veces, como ya se pueden imaginar, termino odiando lo que compro. 

El dinero empezó a ser un problema. Mi relación con éste siempre lo ha sido. Primero porque mis padres nunca lo han tenido. Eso me generó muchos comportamientos erráticos. Miedos, inseguridades, angustia. Sobre todo angustia. Nunca un resentimiento. Supongo que el sol de mi infancia, al igual que a Camus, me liberó de ello. Segundo, porque no me importa tenerlo tanto, entonces al tenerlo lo gasto en todo y en nada. Pero ahora tenía que ser diferente. Nos íbamos al desierto. Nos aventábamos al vacío sin cuerda. No podía malgastarlo. Ahí empezó la angustia. ¿Cuánto nos durará? No sé qué temor sea más corrosivo, si el de perder el dinero o el de perder el amor. No perdí lo uno ni lo otro aunque empezaría a perder la fe y eso tal vez fue lo peor que perdí en este viaje. Y es que manejaba muy mal mi fe. La confundía con un mecanismo de negación de la realidad que me hubiera permitido tomar precaución. Es como si viniera directo hacia ti un tren y solo con cerrar los ojos desapareciera. Y es que tal vez entonces eso no sea en realidad fe. La fe no tiene que estar en guerra con la física y la mía me llevó a ignorar sus leyes básicas. Quería vivir una completa fantasía, quería vivir flotando. 

Air Canada una verdadera porquería. ¿Por qué hay personas que no cachan el simple drama que a veces solo queremos poner en las palabras? Quieren hablar correcta y precisamente todo el tiempo, ser justos con los juicios o los prejuicios. Es que ese día fue terrible. Inició terrible nuestro viaje. Se cayó el sistema de la aerolínea. Mil años esperando documentar.  Después nos equivocamos de puerta. Corrimos para no perder el vuelo. Sudor y corazones acelerados. Además, asientos separados. Iniciábamos separados el viaje. El vuelo ni lo recuerdo. Un gran paisaje, quizá vi. Y aterrizamos. Esa noche sí fue especial. Nuestro nuevo hogar dispuesto en un sótano estaba bastante acogedor. La cama, la pequeña mesa, la tina de baño, las cortinas rayadas, los chocolates de bienvenida fueron de mucha ayuda para combatir la angustia de todo ese mes. Se trató gran parte del viaje no en administrar el dinero sino en administrar la angustia mes tras mes. Ese mismo día descubrimos El Dorado en un bar de ron. Así es. Un bar que solo vendía ron. El alcohol también ha sido siempre un cómplice de las huidas. Ninguno de los dos disfrutaba embriagándose, compartíamos un placer por disfrutar el par de tragos. 

Puedo amar a cualquier persona. El único requisito es que me guste. Y qué otra cosa es el amor sino eso. Amar sin conocer, y amar aun conociendo. Yo nunca quise aceptar que Miguel era así. Iracundo. Bueno es que eso no me importaba. Realmente lo quería. Lo sigo queriendo aunque de otra manera. ¿Cuántas formas de amar a una persona existen? De lejos, de cerca, incondicionalmente, con requerimientos. Pasiva o activamente. Con romance o con frialdad. ¿Pero alguien te quiere cuando te grita? No lo sé pero él sí me quería. También me quiere todavía y también de otra manera. Ahora somos familia, amigos. Nos preocupamos uno por el otro. Tal vez nos extrañamos pero no de manera demandante. Cuando te enamoras extrañas demandantemente, locamente, irracionalmente. Bueno a mi así me pasa. Y ese es un tremendo error con el amor. Creer que todos lo vivimos de la misma manera, que amamos de la misma manera. Y al final se trata de comprender que todos amamos con lo que tenemos, tratando sin éxito de satisfacer las necesidades de ser amado del otro. Pero al final love is to dance. Eso descubrí en el viaje. Que lo que ambos sentíamos y creíamos del amor era algo completamente distinto. No bailamos al mismo ritmo. Me rompió el corazón saberlo. Y yo se lo pregunté. Al final tal vez lo mas importante es que algo nos mantuvo juntos muchos años y nos sigue manteniendo. ¿Qué es eso? Tal vez eso sea realmente el amor. ¿Mi duda es si el amor puede no ser doloroso? Es que al final somos otros. Las expectativas insatisfechas son muy dolorosas. ¿Qué demonios, qué carajo son las expectativas? ¿Son nuestras? ¿Son realmente nuestras? ¿Son de los otros? ¿De cuáles otros? ¿De dónde vienen esas voces exigentes? Yo quería jugar a la casita cuando huir no es un juego. Huir es un gran riesgo. Y para mi la única prueba de amor que me bastó fue que él quiso tomar ese riesgo conmigo. Nadie antes lo había querido hacer. Roberto nunca quiso. El quería arriesgarse siempre solo a todo. Yo era muy pesada para llevarme en sus distintos viajes. Pero Miguel siempre me acompañó. En cada hospital, en cada avión, en cada autobus, en cada tren, en toda canción, en toda cerveza con tacos, en cada investigación, en cada malpase, en cada sueño. Hasta que el sueño se terminó. The dream is over. What can I say. John Lennon en mi cabeza. The dream is over, yes it is.... 

¿Hubiera aguantado que Miguel me golpeara? ¿Por qué podemos soportar la violencia? Gracias al cielo no es algo que yo hubiera tenido que averiguar. Lo máximo fue un almohadazo en el momento más extremo de la crisis. Pero justo quisiera saber si el amor tiene límites o realmente es así, infinito. ¿Dejas de amarte cuándo toleras la violencia? ¿La sociedad no ama a sus mujeres al tolerar la violencia que vivimos a diario? Es que muchas violencias son inconscientes. ¿Qué pasa con esa violencia consciente, dolosa? Jack era violento conscientemente. Asesinaba con esa consciencia. Tal vez por eso era incapaz de amar. Ya no podía olvidar el placer que produce dañar deliberadamente y por ello bajó hasta el más bajo círculo del infierno. Matar es un poder gigante. Eso es lo que dicen al menos. Por eso los militares que van a la guerra terminan chiflados. Recordé justo A la velocidad de la Luz, la novela que me dio Miguel cuando nos volvimos amantes. Pero ahí es peor. Es decir, siendo soldado. Es matar conscientemente pero sin realmente quererlo. Matan sin voluntad, porque los soldados pierden la voluntad, pierden la libertad. Es uno de los regímenes más violentos de esclavitud. Amar no es dañar conscientemente. ¿Miguel me gritaba conscientemente? Quiero pensar que no. Estoy segura de que no. Yo por eso lo soporté. Por que ambos sabíamos que él sufría. No es justificar. Es comprender. Y eso también es el amor. No justificación. Sí comprensión. Te comprendo y te amo y te amo porque te comprendo. Por eso pienso que él dejó de quererme antes, porque no me comprendía. No intentaba comprenderme. Tal vez sí pero no encontraba respuestas que le satisfacieran. Nunca supe tampoco explicarme. Tampoco yo me comprendía y tampoco buscaba comprenderme. Solo sentía y sufría. 

Pocos días fuimos realmente felices en Toronto. El frío, la angustia, las noches de insomnio, el desorden, la falta de respuestas, el poco tiempo a las preguntas, la verdadera falta de oportunidades. Resultó que Canadá es muy ordenada. Acepta a los huidos pero de manera planificada. No puedes simplemente huir y volverte canadiense sin un plan. Bueno al menos ahora ya no es tan fácil. Pero eso sí, su gente es muy generosa. Todos quieren ayudar a que te quedes, pero el sistema está diseñado a que lo hagas desde afuera y que lo hagas con plata. En ese avión cinco años después me di cuenta justo de que debía enviarme señales. Para no enfermar, para no regresar, no a México, sino a lo mismo. Para ser feliz. No podemos estar siempre felices porque la vida, pero sí podemos ser felices; como una característica central de nuestro ser. Yo soy un ser feliz, y por eso necesitaba avisarme, hacer consciencia de la infelicidad que me auto causé con ese viaje. Fue sencillo entender el mecanismo de envío aunque sigo sin saber el misterio de ello. Solo sucede y ya. "Voltea", "observa" "mira al piso". Y lo vi. Un flayer que ofertaba sepa qué cosa por $5 dólares. No iba a levantar la basura pero sí llamó mi atención. 





Me di cuenta que algo extraño pasaba porque justo cuando volteé a la derecha había un letrero naranja colgado sobre la reja de una construcción con un enorme cinco al centro. Era la entrada número cinco. La casualidad se me hizo muy extraña así que ahí comencé a tomarle fotos a esos cincos que se me empezaron a aparecer. 





Un día decidí tomar un baño en la tina. Me puse unas velas, una copa de vino y me dispuse a disfrutar. Pudo haber sido el exceso de calor. Aunque tal vez fue el exceso de frío. Unas horas después salimos a buscar la despensa en el super que estaba a dos manzanas de nuestro sótano. Difícil saber exactamente qué lo causó, pero seguramente fue alguna de esas situaciones extremas a las que nos expuse. Extremo calor, extremo frio en pleno invierno torontense o torontino. Extremo descuido. Extrema negación. Pero ahí empezaron los dolores en los dedos de los pies. Un dolor, una incomodidad más que soportar. 

La angustia iba y venía y cada día con más desperfectos en mi cuerpo. Ese es el problema de no planear en un lugar extremadamente planificado. En México se puede improvisar todo. No en Canadá. Fue un gran choque cultural. Y es que odio planear. Se me hace una perdida de esfuerzo. No es vana la frase “quieres hacer reír a Dios: pues cuéntale tus planes”. ¿Cuántas cosas no planeamos desde la infancia? Más bien, ¿cuántas cosas no planifican por nosotros nuestros padres, la sociedad? Hay que estudiar, hay que trabajar, hay que ganarse la vida, hay que casarse, hay que formar una familia. Y luego ese estúpido “plan” de estudiar en un lugar “de primera”. Fue quizá el plan más importante que intenté ejecutar y nunca antes había sido más infeliz. Pero bueno, la angustia me empujaba a planear algo. Pasaba mi tiempo buscando aferrarnos a alguna posibilidad: un curso, un trabajo, un posgrado. Pero todo estaba lleno de formas que no podíamos alcanzar y para alcanzarlas se requería una cantidad excesiva de plata. El camino de la ilegalidad se abría como el único plausible. Yo hubiera sido mesera ilegal en Toronto si no hubiera sido por el ardor que ya incendiaba mi corazón y pulmones de manera insoportable un día antes de iniciar la chamba. 

Pero estoy siendo algo injusta, no todo fue angustia. Había placer, había entretenimiento, había acompañamiento, había amor. Nos salvó de la monotonía la jeringa para hacer café. Era todo un ritual. Poner el delicado círculo que servía para filtrar el mejor café que encontrábamos en grano. La encontramos en una maravillosa tienda en que compramos también tenis para escalar. Tuvimos muchas buenas intenciones en toda la relación. Antes de volarnos a Canadá compramos bicicletas. Las usamos una semana. Lo mismo nos ocurrió con los tenis. Al menos a mi. Fuimos solo dos veces al muro. Una cosa maravillosa en Toronto, pero muy impagable. Lo más constante fue desvelarnos viendo series, películas, bebiendo ron, teniendo sexo, dormir horas. Y la angustia. Otra vez la maldita angustia. En su caso la ira, en mi caso los infernales celos. “Celos, pudo el amor ser distinto”. Ese es el más importante mensaje que me estoy enviando ahora mismo con el 5:55 del metro en New York. Yo tenía un absurdo afán de hacerlo feliz a toda costa, a costa de mi felicidad. El 5 de marzo era su cumpleaños y yo soñaba, no él, que conociera New York. Que, de acuerdo con mi estúpido plan, era la meta una vez alcanzados los ambiguos propósitos de Toronto.  Gran error. No solo haber dejado deliberadamente el Plaquenil y el inmunodepresor, sino además pensar que se puede saber lo que hará feliz a tu pareja. Nunca lo supe, no lo sé ahora tampoco. Pero ahí estábamos. Después de un viaje mega sufrido en autobús desde Toronto. Uno pensaría que al ser “primer mundo” los autobuses serían más nuevos, más confortables. De ninguna manera. Vamos, no es que haya sido un camión de gallinas, pero otra expectativa insatisfecha. Tal vez ahí pesqué el virus que me enfermaría. La gente tosiendo sin cubrise. Aun no pasaba la pandemia y no estaba tan socializada la forma más segura para toser sin exponer a los demás con el antebrazo. No faltaba quien se quitara los zapatos, pero tal vez lo más extraño de ese viaje fue el bebé que salió de las faldas azules de la señora judía que venía detrás de nosotros. Cruzamos a Estados Unidos. Es clara la hostilidad que se siente al cruzar la frontera de la gentil Canadá. De la falta de cortesía para hablar fuerte y mi nerviosismo perdí mis anillos de oro al pasar el control fronterizo. Solo Dios sabe el esfuerzo que hice en vano. Nada funcionó. Ni el arte, ni las calles, ni los paninis, ni Columbia, ni el bar de la quinta avenida para enseñarme a amarlo y amarme. Imaginen el día que podamos amar sin miedo. Amar sin inseguridades. Amar en auténtica libertad y confianza. Sin el gran engaño de la fidelidad. Este es el mensaje más importante que necesito enviarme al pasado. Por eso me dije de nuevo, mira el reloj: 5:55.


Esto ya era demasiado. Empecé a expresar a Miguel mis sospechas. No me creía. Pero yo ya empezaba a entender. No sufras esa noche en el cuarto. Pero qué demonios significa ese número primo y panzón. No tenía que significar necesariamente algo en sí mismo. Pero en ese plano de realidad no sabía y sufrí esa noche en el cuarto como otras muchas más por puros miedos absurdos. 

No se puede ser feliz sin trabajar los miedos. No se puede amar con miedo. Yo tenía miedo de todo. Regresamos a Toronto hechos polvo. Dormimos dos días seguidos. Estábamos ahora en un sótano en un vecindario muy decadente. La cocina y el baño lleno de cochambre. Las emociones son reales pero hay que tener mucho cuidado en como las interpretamos. Mucho cuidado en dejar que nos envenenen. ¿Cómo hubiera sido mi vida con Miguel si esto lo hubiera sabido? ¿Si él hubiera sabido lo que ahora sabe? Es absurdo pensar en las posibilidades porque tal vez ni siquiera hubiéramos huido en primer lugar pero tal vez, solo tal vez la buena comida y el buen sexo sí nos hubieran bastado para ser felices en ese acogedor loft rosa. 

La primera gran nevada fue maravillosa. Me salí después de una ridícula discusión. Pero tuve que volver por él después de ver las colinas blancas, los niños deslizandose por ellas arriba de las tapas de los basureros. Hicimos obviamente nuestros muñecos de nieve y nos hicimos la guerra aventándonos el hielo que moldeábamos en nuestras manos congeladas. Lo mejor del frío siempre es volver al calor del hogar. Esa noche fue calurosa para nuestros corazones. 

Hicimos yoga muchas mañanas. Desayunábamos avena y comíamos salmón. Adelgazamos mucho. Adelgazó nuestra paciencia uno por el otro. Cuando se me activó al Lupus me volví un palo. Yo escribía. Investigaba sobre las personas indígenas en Canadá después de nuestro curso en la universidad de Toronto para adaptarnos al Canadá laboral. Él editaba bodas. Ese curso fue revelador. Tenía miedo de hablar, de hacer el ridículo. Una mujer china que nunca ajustaba su tono chillón de voz; un brasileño; un argentino; una peruana; todos con la convicción de volverse canadienses. Y la maestra, parecía que odiaba impartir ese curso y nos daba mucha gracia a mi y a Miguel las formas de mostrar su impaciencia. Le agarramos cariño. Para el fin del curso hicimos chilaquiles, no estaban malos pero nuestros compañeros solo amaron los frijoles en lata que llevamos para acompañarlos. Misión cumplida, ¿y ahora? 

Fuimos solo una vez a la playa. Nada como las playas de México pero playa al fin. Hacía frío pero cada día el clima era más soportable. Gente jugando, corriendo, comimos algo. Comer y beber alivian por momentos el vacío, el dolor. No soportaba el dolor de los ojos. Los lentes de contacto me molestaban. Y ya empezaba a sentir malestar físico. ¿Cuánto dolor he soportado en la vida con tal de verme bien? Somos a veces muy indolentes con nosotros mismos. No escuchamos el propio dolor. Yo no escuchaba mi dolor corporal, Zapatos que te alejan del pavimento; navajas que te cortan y resecan la piel; tintes que te queman la piel. Ni siquiera es verse bien realmente. Ante el abandono del ser interior pensaba que con verme bien por fuera bastaba. La vanidad es eso, vacío. Ese día caminamos mucho. Toronto trató en gran parte en caminar, sin rumbo, perdidos, pero caminando en el insoportable frío y también en el ligero calor que empieza a sentirse cuando el invierno está por acabar. Pero el invierno apenas empezaría para mi y no lo sabía. 











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