miércoles, 18 de marzo de 2020

Discurso de Estocolmo | Camus

Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sábe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establecezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabais de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabais de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días.

jueves, 12 de marzo de 2020

Ágora

Nos volvemos auténticamente democráticos cuando realmente sentimos que todes se merecen entrar al reino de los cielos.

Coyuntura

Que curioso que vivamos la coyuntura como si no hubiera historia, cómo si no hubiera filosofía. ¿Qué no hemos escrito suficientes novelas? Nos ahoga, nos incendia, nos derrumba. Cómo si fuéramos lxs primeros en tocar este suelo. Cómo si no hubiéramos pasado ya suficientes tragedias. Pero también alegrías. Nos decimos unxs a otrxs lo que sabemos, lo que escuchamos, esos primeros prejuicios. ¿Y todo lo qué hay detrás? ¿Qué pasa con esta memoria que ama el drama presente? Parece gozar del sufrimiento y la tragedia permanente. ‘Estamos en crisis’. Cuántas veces lo habré escuchado. Todo es igual pero con más gente, más conexión y más distracción. No hay nada nuevo bajo el sol. ¿Habremos ya dicho todo? La pregunta es ¿de cuántas formas? Cómo estamos evaluando el aprendizaje. 

miércoles, 11 de marzo de 2020

Nadie nos dijo...

Cuando eramos niñas nos hicieron creer que la vida era un cuento de hadas, color de rosa, en dónde algún día conoceríamos un apuesto príncipe azul para seguir el ciclo de la reproducción en completa armonía. Las películas que nos ponían, los juguetes que nos compraban -en su mayoría muñecas completamente estéticas- y la música que escuchábamos, nos convencieron de que ser bonitas y conseguir un guapo esposo era lo más importante de toda vida digna. Si nos gustaba el fútbol o nos interesábamos "en cosas de hombres" nos decían "marimachas".

Pero crecimos y ¡oh sorpresa!

Nadie nos dijo que esos hombres que creíamos "de la realeza" nos iban a lastimar tanto. Nadie nos dijo que nos harían sentir infinidad de veces inadecuadas e insuficientes por no cumplir con sus estándares de belleza. De ahí que aprendiéramos que ser extra delgadas, güeras de ser posible y de 90-60-90, era el imperativo categórico del ser mujer. Desde la más temprana de nuestra adolescencia nos dimos cuenta de que no éramos lo que supuestamente teníamos que ser. Las revistas, los comerciales, los escaparates, los personajes de nuestras series favoritas nos lo recordaban una y otra vez. ¿Cuántas no crecimos con la idea de que necesitábamos al menos una cirugía estética? ¿Cuántas no crecimos con la idea de que debíamos ponernos a dieta, vomitar o incluso dejar de comer? ¿Cuántas no crecimos con la idea de que la forma natural de nuestro cabello era impresentable, que nuestra piel era o muy clara o muy oscura y que inevitablemente necesitábamos del maquillaje para poder gustarle a los hombres? ¿Cuántas no crecimos simplemente rechazando nuestros cuerpos? ¿Cuánto dinero han pagado amigas mías en ropa, gimnasios, cremas, perfumes, zapatos, pastillas...,  para poder parecerse un poco a las conejitas de Playboy o a las modelos de pasarela?

Nadie nos dijo que esos príncipes azules iban a abusar sexualmente de nosotras en la primera oportunidad, algunos alcoholizándonos, o peor aún, drogándonos, y en muchos de los casos, siendo aún unas niñas; que además se lo contarían a todo mundo para ser aplaudidos mientras que nosotras quedaríamos como unas "zorras". Nadie nos dijo además que sí quedábamos embarazadas seríamos unas delincuentes al abortar; y nadie nos dijo que tendríamos que buscar hacerlo a escondidas para no ofender a nadie, poniéndonos en riesgo a nosotras mismas después de haber sido abandonadas por quién momentos previos había negado su paternidad. Nadie nos dijo que a ellos les dijeron que estaba "bien" estar con el mayor número posible de mujeres por lo que iba ser normal para ellos la infidelidad, que se aburrirían de nosotras y que estarían de forma perpetua buscando acostarse con otras. Nosotras en cambio debíamos esperar al matrimonio y ser niñas "bien".

Nadie nos dijo que esos hombres en quienes confiábamos nos tomarían fotos y grabarían nuestra intimidad sin nuestro consentimiento, o que aun consintiendo, lo divulgarían por Internet o en el chat de sus amigos. Nadie nos dijo que nos tocarían en el transporte público y que nos acosarían por las calles, tampoco nos dijeron que para ellos las mujeres éramos prácticamente un objeto y que muchos de ellos nos violarían y nos asesinarían sin el mayor remordimiento. Nadie nos dijo que nos secuestrarían para obligarnos a hacer pornografía o para comercializar nuestro cuerpo.

Nadie nos dijo que ellos nos subestimarían en todos los campos del conocimiento, las artes y en el ámbito profesional por ser, según ellos, "sentimentales," "conflictivas", "poco racionales" y "menos competentes", pero eso sí, qué eramos las campeonas del hogar, la cocina y del cuidado de los hijxs. Nadie nos dijo que nos costaría el doble conseguir un asenso sin tener que acostarnos con el jefe, terminar una carrera y hacer que nuestra voz fuera escuchada. Ni hablar de participar en política; nadie nos dijo que nos violentarían al intentarlo.

Nadie nos dijo esto y tampoco nadie nos dijo que los hombres lo iban a negar todo cuando al fin tuviéramos el valor de decirlo, de denunciarlo, de simplemente contarlo; que nos llamarían exageradas, delicadas o "feminazis". Toda esta desilusión, toda esta constatación es lo que nos tiene tristes, enojadas, indignadas, furiosas.

Nos hicieron creer que las mujeres eramos enemigas unas de otras, pero !oh sorpresa! hemos empezado a hablarnos de nuevo y estamos tratando de entenderlo todo, cuestionarlo todo y re-aprenderlo todo.

El feminismo busca por ello destruir todo esto para poder reconstruir y crear nuevas representaciones de lo que significa ser mujer, plantear formas más maduras de amar y ejercer plena y libremente nuestra sexualidad. Porque esto no tiene que ser así. No tenemos porqué solo jugar con muñecas y seguir sus patrones absurdos de belleza. Por ello el feminismo no solo es una filosofía de ruptura con el sistema que predomina en nuestra sociedad, sino también es una filosofía de transformación y reconciliación de las mujeres con nuestros propios cuerpos, con nuestra sexualidad, con otras mujeres. Porque no solo los hombres nos han lastimado con esto, sino también nosotras mismas nos hemos dañado unas a otras creyéndonos todo este cuento, negando a otras mujeres, hablando mal de ellas y haciéndonos aliadas sin darnos cuenta del patriarcado. Por ello el feminismo no solo es un movimiento de destrucción sino también un movimiento de creación, de imaginación, sanación y de mucha paz. Nadie nos dijo nada, por eso ahora buscamos decirlo todo.

Sobre cómo los hombres mandan sobre nuestros cuerpos

Envejecer

No solo las arrugas o la flacidez, a los hombres nos les gusta en general que te dejes las canas, pero si te pintas el cabello de rojo, te dicen que sí les gustan las pelirrojas pero naturales. Lo cierto es que no importa lo que hagas, desde el momento en que se te nota la edad, empiezas a perder atractivo para ellos. 

Si te tiñes el cabello no lo hagas para darle gusto a ellos sino a ti. 

Sobre otros pelos

El cabello no es el único tipo de pelo sobre el cual les gusta opinar. No les gusta el vello ni en las piernas, ni en las axilas, ni en el rostro, y a muchos tampoco en el pubis. Es casi una aberración algo tan natural. 

Solo me gustaría que sepas que los vellos tienen una función, y los del pubis sirven para evitar la entrada de bacterias a la vagina. 

Sangre 

Por amor de dios, no vayas a caminar con tu paquete de toallas sanitarias después de que las compres en la tienda de la esquina sin una bolsa oscura. A los hombres esto los incomoda sin remedio. 

Peso

Si bien aquí puede haber variación de criterios, en general no les gustan las mujeres "pasadas de peso". 

Aborto

Si no se entiende avísenme. 

¿Ven porque es tan necesario el feminismo?

¿Hasta cuando van a callarse y dejar de opinar sobre nuestros cuerpos? 


miércoles, 4 de marzo de 2020

¿Por qué hablamos de violencia de género?

Entiendo que cause mucho ruido el tema de la violencia de género. Yo misma no la entendía y me resistía a reconocerla como un concepto válido dentro de mi campo de estudio (las ciencias sociales y la ciencia política). Tuve que leer varios textos especializados para comprender el marco teórico que la sustentaba, pero confieso que no fue hasta que leí casos específicos y testimonios desgarradores que pude finalmente dimensionar de qué estábamos hablando.

He leído muchos comentarios en redes sociales en dónde de alguna manera se descalifica el uso de este concepto y se afirma que no es un problema de género, "de hombres contra mujeres", sino un problema entre "malos y buenos" o un problema mucho más profundo de violencia generalizada de la propia naturaleza humana. He visto también muchos comentarios en donde se trata de mostrar que los hombres también sufren de violencia, no solo de otros hombres, sino también por parte de las mujeres.

Generalmente quienes nos asumimos feministas nos enojamos (por decir lo menos) al ver este tipo de reacciones, pero estos días he estado reflexionando acerca del despropósito de esta indignación al recordar el tiempo que a mi me costó entenderlo a pesar de mi formación, por lo que comprendí que lo que necesitamos, no es continuar con este círculo vicioso de descalificaciones porque nuestros contactos tal vez no hayan tenido el mismo proceso intelectivo para tener una postura a favor o contra de esta construcción teórica particularmente polémica. Me parece que es completamente responsabilidad de las ciencias sociales y de quienes nos dedicamos a estos problemas, la falta de entendimiento y socialización de un concepto en suma complejo para quienes no necesariamente se dedican a estudiar y pensar los fenómenos políticos, sociales y culturales que nos rodean.

Es por esto que escribo este texto. Ojalá que a alguno de mis contactos en estas redes sociales les pueda ayudar a clarificar algunas ideas en torno a la violencia de género, hacerse más preguntas, y si es el caso, despedirse del usual prejuicio que acompaña esta noción y la misma palabra ´feminismo.´ También puede suceder que ayude a reafirmar la convicción de que es un concepto erróneo y falso. Lo cual significará que debemos -quienes lo defendemos- trabajar más en él. Desde mi punto de vista este tipo de nociones deben ponerse constantemente a prueba hasta que finalmente sean aceptados por un grupo cada vez más amplio de la sociedad. Es importante decir que dentro del mismo mundo académico no hay un consenso claro acerca de su validez por lo que debe entenderse que quienes no se dedican a esto también presenten legítimas resistencias.

¿Por qué hablamos de la violencia de género? Tienen razón al afirmar que los hombres también sufren de violencia, pero es vital entender que a varias especialistas les pareció importante clasificar esta forma de violencia porque tiene una característica muy particular que la hace diferente al tipo de violencia que padecen -ojo- en general los hombres, e incluso a otras formas de violencia que también sufren las mujeres de la misma manera que los hombres.

En esta forma de violencia, han observado las científicas sociales después de estudiarla desde múltiples enfoques (antropología, historia, psicología, ciencia política, sociología, filosofía etc.) que se comete en contra de las mujeres, no por deudas con grupos del crimen organizado, violencia intrafamiliar sino por el simple, absurdo y ridículo hecho de ser mujeres. Si bien el crimen organizado y la violencia familiar, por supuesto tendrán algún grado de efecto (intersección) en la violencia de género -todo en nuestra realidad social está interconectado de alguna u otra manera- lo cierto y lo que ha despertado la voz de organismos internacionales, activistas, periodistas, legisladoras y otras personas, es el motivo particular de esta forma de violencia que NO se observa en los hombres: los ESTEREOTIPOS (construcciones sociales) acerca de lo que significa ser mujer. 

¿Cómo nos hemos dado cuenta de que esta forma de violencia sucede en contra de las mujeres por el simple hecho de ser mujeres?

Porque después de estudiar infinidad de casos, testimonios, denuncias, peritajes antropológicos, la historia de las sociedades humanas, entre otras múltiples cosas, hemos notado un patrón que se repite en un número significativo y alarmante de casos: la existencia de estereotipos (usualmente negativos), o concepciones acerca del rol de la mujer en la sociedad, que justifican la violencia de los perpetradores. 

Les voy a contar un caso que a mi me ayudó a entender la violencia política por razones de género. En una comunidad de Oaxaca, una mujer, simplemente por el hecho de manifestar su intención de participar en la política, fue azotada públicamente con un látigo por su propio abuelo como un castigo ejemplar porque en dicha comunidad prevalece la idea de que las mujeres NO deben y no pueden tomar parte de las decisiones que afectan a la colectividad. En otros lugares, se han colgado mantas afirmando que las mujeres solo sirven para "cocinar, coger o tener a los hijos" NO PARA HACER POLÍTICA.  

Pero algo que también deben saber es que estos casos no son aislados, y muchos de ellos han sido documentados, no solo en México, ni tampoco solo en las comunidades indígenas, sino en TODO el mundo. En Estados Unidos, en Inglaterra, en Afganistan, si bien de diferentes maneras y con diferentes grados, las mujeres sufrimos múltiples formas de violencia por el SIMPLE hecho de ser mujeres.

¿Les parece absurdo el genocidio que padecieron los judíos por los Nazis por el simple hecho de ser judios? ¿Les parece absurdo la discriminación de las personas afrodescendientes por el simple hecho de tener la piel oscura? Entonces podrían también estar de acuerdo en lo absurdo que es que en pleno Siglo XXI aún existan actos irracionales de violencia en contra de mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Por ello es que los organismos internacionales defensores han alzado la voz y obligado a todos los estados parte a tomar cartas en el asunto. Porque esto, amigos y amigas es algo inaceptable para la vida digna de las mujeres. 

Tienen razón, no todas las formas de violencia tienen como motivo una cuestión de género (a una mujer la pueden asesinar por resistirse a un asalto como a cualquier hombre. Por ello es que CADA caso debe analizarse de forma particular para saber si podemos reconocer este patrón. Pero créanme que poniendo ejemplos en redes sociales de cómo existen además de la violencia de género otras formas de violencia en el mundo no a va a desaparecer mágicamente el hecho de que aún a las mujeres nos violentan por un odio realmente incomprensible e inaceptable. Los nazis odiaban a los judíos por considerarlos inferiores. Los blancos odiaban a los hombres y mujeres de raza negra por considerarlos inferiores ¿será que los hombres nos odien por considerarnos inferiores? Tenemos muchas pruebas de que así es y es por ello es que estamos alzando la voz.

¿Qué si matan más a los hombres que a las mujeres? Sí, pero entiendan que es por razones diferentes. A los hombres no los matan en nuestro país por el simple hecho de ser hombres. Son otras las causas. No podemos atacar problemas distintos con las mismas herramientas. En México, la principal causa de muerte es la diabetes. Les pregunto ¿esto hace menos importante las muertes por cáncer? ¿Debemos llamar a todas las enfermedades "enfermedades a secas" porque todas las personas sufren de alguna manera u otra una enfermedad? Entiendan de esa manera que en las ciencias sociales no podemos llamar violencia a secas una forma de violencia tan absurda como la violencia de género. Necesitamos diferenciarla para entenderla mejor y poder erradicarla de la mejor manera.

Aullido, Allen Ginsberg

  I Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los ne...