sábado, 20 de junio de 2020

Apuntes sobre racismo y clasismo en México


Como muchos mexicanxs, parte de mis orígenes se encuentran en la migración. Mi abuelo materno era salvadoreño. Llegó a México en su juventud buscando mayor suerte siendo sastre y pastor protestante. Toda su vida tuvo que lidiar con la discriminación, al grado que personas que se decían ser cristianas, lo denunciaron y estuvo a punto de ser deportado. Mi abuela, mexicana, específicamente tampiqueña -no me pregunten cómo- logró hablar con el mismísimo Adolfo López Mateos para que mi abuelo pudiera quedarse a vivir en México. No volvió a tener ningún problema. Sin embargo, su vida y la de mis tíxs no fue nada fácil. Cuando llegó con mi abuela a la Ciudad de México, después de trabajar como pastor en Zacatecas y Guadalajara, se fueron a vivir a un pequeño terreno al oriente de la Ciudad de México. Ahí, junto con los más grandes de sus hijos, construyeron con sus propias manos la casa en la que vivieron mi mamá y sus seis hermanos en condiciones económicas muy limitadas. Mi abuela era ama de casa, así que el único ingreso provenía de la sastrería que con mucho esfuerzo logró abrir mi abuelo en la colonia Narvarte. Mi abuela falleció muy joven, a los 54 años de un paro cardíaco, mientras que mi abuelo murió a los 81 con un muy avanzado mal de Parkinson. 

En contraste, -como todo lo que ocurre en México-, mi papá es hijo de un fabricante de textiles de San Luis Potosí, quien tuvo 13 hijos con mi abuela (ama de casa y pintora) y a diferencia de mi madre, él vivió con sus hermanos en enormes casas de las Lomas y Polanco. Sin embargo, no siempre fueron buenos tiempos para la familia, y por diversos problemas legales se perdió la fábrica de mi abuelo tras algunos años de su fallecimiento. 

Mis papás se conocieron cuando trabajan en Banca Cremi. Al poco tiempo de ser novios, mi mamá se embarazó de mi hermano por lo que decidieron casarse antes de que ambos terminaran la carrera. Mi mamá estudiaba contabilidad en la UNAM y mi papá economía en la UAM Iztapalapa. Ninguno de los dos pudo terminar por lo que siempre han tenido que malabarear para “sacarnos adelante”: Mi mamá ha sido cajera (de banco y de un minisúper), costurera (porque mi abuelo le enseñó su oficio), y en la peor de las épocas, para que yo pudiera seguir yendo a la universidad, fue trabajadora doméstica de unos vecinos. Mi papá por su parte, fue empleado bancario (hasta que lo liquidaron) vendedor de computadoras, chofer repartidor por toda la república y taxista. 

A pesar de esta difícil situación, recuerdo haber sido feliz durante mi infancia. Mis tíos (quienes tuvieron un poco más de suerte que mis padres) siempre le dieron trabajo a mi papá y eso también ayudó para mantener cierta estabilidad. Sin embargo, esto que durante la niñez nunca me importó, pues nunca nos faltó nada, empezó a ser doloroso en la adolescencia y mis primeros años de adultez. Cuando iba en secundaria, recuerdo tristemente como algunos compañeros se burlaban de mi porque mi padre me llevaba a la escuela en un bocho despintado; como después de perder nuestra casa, mi papá se fue a la frontera a trabajar. Recuerdo tristemente como mi pequeña hermana ya no recibía juguetes el seis de enero porque ya no alcanzaba para ello y como no tuve dinero para ir a las fiestas de graduación de la prepa y universidad. Durante muchos años, mis propias amistades, familiares y toda clase de personas me hicieron sentir avergonzada de mi situación.  Y es que es todo, el menosprecio por el código postal donde vives, la ropa que usas, las cosas que no posees, las posibilidades que no tienes. Si yo no hubiera ido a la universidad, y más que eso, si no hubiera tenido acceso a los libros, probablemente hoy me seguiría sintiendo avergonzada de la posición desaventajada que viví y que de alguna manera sigo viviendo. 

Y a pesar de estas profundas heridas que otras personas me han causado, no tengo la más mínima intención de señalar y exhibir a nadie. De entrada porque estoy segura de que también yo he causado heridas a otras personas reproduciendo ciertos cánones de conducta, y segundo, porque siempre han sido los libros, las ideas, el diálogo, la reflexión, los que me han ayudado a darme cuenta de mi propio clasismo. 

Hoy leo a muchos académicxs (que por cierto no pueden evitar decirle al mundo en sus bios de Twitter que cuentan con maestría o PhD de las mejores universidades del mundo: Harvard, Columbia, Oxford, Yale entre otras, o con un importantísimo cargo en instituciones públicas o académicas) señalando con el dedo el raciclasismo y machismo de los otrxs cuando ni si quieran tienen idea del privilegio en el que están por el simple hecho de tener un posgrado ¿ese es realmente el papel de la academia? ¿debemos contribuir desde nuestra soberbia ilustrada con la cultura de la cancelación que impera en nuestras redes sociales? Hoy les recuerdo que solo el 17% de la juventud en México ha tenido la oportunidad de acceder a estudios universitarios y que sólo el 1% a estudios de posgrado de acuerdo a datos de la OCDE. Esto sin hablar de la calidad de dichos estudios. Si mi madre no hubiera limpiado casas y si me padre no se hubiera ido a la frontera a trabajar, no sé si hubiera tenido la oportunidad de haber ido a la universidad y así darme cuenta de que no solo he sido víctima de un sistema clasista y patriarcal, sino también reproductora y cómplice del mismo al sentirme avergonzada por muchos años de mi “estatus social” así como de hacer consciente e inconscientemente acepción de personas de acuerdo a la escala de valores que impera en nuestra sociedad desde la colonia. 

No sé, creo que como académicxs estamos cayendo en una soberbia intelectual de grandes proporciones que nos impide, desde el mismo plano desde el cual nosotrxs tuvimos la oportunidad de aprender y sensibilizarnos (libros, profesorxs, discusiones con nuestrxs compañerxs) a desmantelar con educación, diálogo, cultura, y no con violencia verbal y otra clase de métodos antipedagógicos, la terrible y antidemocrática escala de valores que por años hemos sido también sus reproductores. Y si no es así, ¿por qué aspiramos a tener ciertos grados académicos y de ciertas prestigiosas universidades, a hablarle a cierta élite académica y tuitera, a vivir en ciertos códigos postales antes que en otros, usar ciertas marcas, vestir de cierta manera, comprar ciertos productos antes que otros? ¿escuchar cierta música y productos culturales? Que tire la primera piedra quien esté libre de raciclasismo. 

¿por qué seguir?

¿por qué seguir? si no te matan, te queman o te cortan la cabeza te hacen mierda  te infaman, te injurian, te hacen una comedia  tus propios...