lunes, 15 de febrero de 2016

Sobre el Papa y el Estado laico, algunas reflexiones

"Se trata de que la Ilustración reflexione por sí misma, si se quiere que los hombres no sean traicionados por entero"
Adorno y Horkheimer

No me malinterpreten, por su puesto que estoy a favor del Estado laico, pero creo que hay que dejar de concebir al ciudadano como menor de edad a propósito de quienes se rasgan las vestiduras por la exhibición simbólica de políticos frente al papa. Hay varios temas aquí, pero uno de los más importantes tiene que ver con la cancelación de la espiritualidad como una de las más devastadoras consecuencias de la modernidad. La aspiración de derrumbar el fanatismo religioso de la Ilustración, culminó en la mitificación de la ciencia y de la economía de mercado como las salvadoras del ser humano, y de la única vía para el progreso. Así el consumismo frenético sustituyó el vació de espiritualidad. Por ello, la pretensión de un lenguaje neutro en lo público, no necesariamente es garantía de racionalidad, tal vez sin darnos cuenta, incluso contribuye a la devastadora instrumentalización de la razón de nuestra sociedad de consumo. 

Desde mi punto de vista hay que ir transitando por dos vías. Dos lentos pero necesarios procesos de aprendizaje. El primero tiene que ver con dejar que el ciudadano se forme su propia opinión sobre el circo de lo que equivocadamente nombramos como "política". Para empezar, no todos los mexicanos se interesaron por la visita del papa, ni todos los católicos son unos fanáticos incapaces de distinguir entre sus convicciones religiosas y las cuestiones electorales. Empecemos a romper el mito de que la religión hace estúpidas a las personas, en todo caso no es la religión sino los dogmas los que impiden la libertad de pensamiento. Los dogmas además no sólo forman parte de las iglesias, sino que también se arraigan en todo tipo de discursos, incluso de laicos y progresistas, quienes finalmente convierten sus nobles intenciones en ideologías políticas. 

Ahora respecto de aquellos ciudadanos que nos causan preocupación porque su religiosidad puede ser y ha sido manipulada por el pragmatismo político, no creo que la solución en todo caso sea censurar o prohibir la manifestación de preferencias religiosas por parte de los líderes políticos. Por el contrario, la solución tendría que ir en fomentar su pensamiento crítico y eso no es posible con censura, acallando cualquier discurso religioso. Por el contrario, mientras más exhibición hagan los políticos de sus preferencias religiosas y más abierto dejemos el espacio público para el debate y la crítica, más posibilidades habrá de que cada ciudadano, por más católico que sea, se obligue a pensar frente a tan apasionado debate. Cualquier ciudadano tiene derecho a exponerse a todo tipo de discurso, pues sólo el choque de ideas producto de la pluralidad y de la contradicción puede despertar su inconformidad con un tipo de discurso en particular. 

Aunque sea lento el aprendizaje, los ciudadanos más expuestos a la manipulación deben poder darse cuenta por ellos mismos de la nauseabunda actuación de quienes usan la religión a cambio de votos. La pregunta que nadie quiere hacer y mucho menos resolver es ¿cómo? No debe tomarse a mal pero debemos de empezar a incluir no sólo a abogados y economistas en las instituciones de gobierno. Deberíamos empezar a incluir a pedagogos, historiadores, sociólogos y sobre todo a filósofos, en el diseño de políticas públicas orientadas a mejorar la educación cívica. Las estrategias punitivas y coercitivas no han funcionado en un país con mentes tan creativas para encontrar siempre el hueco en la Ley. 

La segunda senda debe recorrerse en torno a la ética pública. Si por un lado nada de esto ocurría con ciudadanos con suficiente criterio como para despreciar la nefasta estrategia de comunicación política del priismo, lo cierto es que tampoco ocurría nada y la libertad de expresión podría sobrevivir en un mundo tan complejo, si actuar con ética fuera más valorado en nuestra sociedad. Para empezar, poco se comprende sobre la ética. A bote pronto se piensa que es el clásico choro de "portarse bien". Pero no es así de simple. La ética tiene que ver con la convicción personal de seguir ciertos principios o ideas sobre el bien, independientemente de la coacción de una norma o autoridad. Creo que debemos de ir imaginando y pensando a fondo cómo se genera esta convicción. No podemos seguir pensando que resolveremos todo a base de premios y castigos. Debemos empezar a transitar por los caminos de la ética, pero si ni siquiera lo podemos imaginar, mucho menos seremos capaces de pensar en cómo volver la ética el valor supremo de nuestra sociedad. 


Estoy a favor de todo el debate que ha habido sobre el Papa y el Estado Laico, que cada quien se forme su propio criterio. Con lo que no estoy de acuerdo, y lo puedo advertir del discurso "laico",  es con la absurda e irreal intención de buscar estrategias jurídicas para pretender la "neutralidad" del lenguaje público en materia de religión. 

El peligro de lo anterior es que cualquier forma de espiritualidad, simbolismo o cosmovisión más allá de la visión cientificista y cerrada del mundo, quede fuera ahora sí de lo que en verdad es la política. Como Hannah Arendt lo diría, la capacidad de estar los unos, con los otros, de los diversos, por más que el catolicismo de nuestras autoridades nos parezca una ficción. 


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