martes, 22 de marzo de 2011

Reflexión sobre la tolerancia: La adopción de menores por parejas del mismo sexo desde los argumentos de John Locke y el “Poder Paternal”.

Hace muchos años acudí al curso de un diplomado que imparte el TEPJF en un partido político nacional. El curso era sobre “Régimen democrático”.

Uno de los contenidos de este curso, era sobre los elementos indispensables para considerar a un régimen como democrático, y uno de ellos era la existencia de la pluralidad.

¿Pero qué se entiende por pluralidad? La pluralidad es la diversidad de características ya sean físicas o espirituales que existen entre los individuos. Es lo que nos hace a los hombres diferentes. Un régimen es democrático cuando reconoce esta pluralidad, y no permite acciones discriminatorias que atenten contra ella. Si un Estado no permite, por ejemplo, que las mujeres participen en las elecciones, o que determinados grupos raciales tampoco lo hagan, no puede considerarse al régimen de dicho Estado, como democrático.

Por eso se llegó a la conclusión entre los asistentes del curso, que la tolerancia era uno de los valores fundamentales de la democracia. No obstante, se elevaron los ánimos cuando entró en el debate, el tema de la adopción en parejas del mismo sexo.

Una de las participantes mantenía la opinión de que esto no debía permitirse, puesto que para ella, el hogar de una pareja del mismo sexo, no es un lugar propicio para el desarrollo de un niño.

El ponente del curso tenía la idea contraria, puesto que en su opinión, el sexo no determina el que un niño crezca bien o mal.

Ambos parecían defender su opinión de forma respetuosa, y el ponente terminó su participación diciéndole a la asistente que le dejaba su opinión sólo “para que pensara al respecto”.

Mi reflexión comenzó cuando una de mis compañeras me comentó, al tener la misma opinión del ponente, que ella le hubiera dicho “piensa”, haciendo alusión a la aparente intolerancia de la asistente. Ese “piensa” parecía en si mismo un acto de intolerancia por parte de mi compañera.

Fue entonces que tomé la siguiente postura: No se puede ser intolerante con alguien cuando tiene una opinión contraria a la nuestra, puesto que su opinión,  puede ser completamente válida.

Mi compañera me preguntó que cómo se podría ser tolerante con los intolerantes. Para ella esto implicaba una absurda contradicción. Yo respondí que ser intolerantes con los intolerantes era la contradicción, puesto que si se busca fomentar la tolerancia, no se le puede fomentar con intolerancia. Es como querer fomentar la paz con la violencia.

Finalmente pudimos concordar en este punto, pero aceptamos la dificultad que esto implicaba en la práctica. Es muy difícil ser pacientes con los que piensan distinto a nosotros.

¿Pero que tal si ese otro con el que intentamos ser pacientes, finalmente tiene razón? Fue en este punto que me puse a pensar sobre la adopción de menores por parejas del mismo sexo. ¿Podría tener razón la asistente del curso que estaba en contra de la adopción de menores?

Yo defendía que toda opinión puede ser válida aun cuando a nuestros ojos, alguna opinión pueda parecer negativa, y recordé los argumentos de John Stuart Mill con respecto a la libertad de expresión, más específicamente a la libertad de opinión que explica en su libro Sobre la Libertad.

Como nadie es el portador de la verdad absoluta, nadie puede estar seguro de que su opinión sea la verdadera. Esto, no por el hecho de que exista o no exista la verdad absoluta, sino por el hecho de que los hombres, a pesar de tener una condición de seres racionales, tienen una evidente limitación, y simplemente no pueden llegar a un conocimiento total de las cosas.

No existe alguna forma en la que alguien pueda asegurar con su simple condición mortal, que tiene el conocimiento verdadero de todas las cosas. Yo, aunque crea firmemente que Dios existe, no puedo comprobar de ninguna forma que esto sea absolutamente verdad bajo mi simple autoridad de hombre, y por lo mismo, nada me capacita a mí, a obligar a otro a creer que Dios existe.

Esto lo argumentó excelentemente Mill y de hecho fundamentó el porqué es mejor que cada hombre llegue por si mismo a la verdad. La verdad sólo puede ser comprendida en su condición de verdad por la experiencia personal de los hombres. Es decir, no sirve de nada que haga creer a los hombres una verdad si ellos en un proceso personal no pueden llegar a experimentar dicha verdad. La verdad no se expresaría así en todas sus dimensiones.

Por esto, enojarse porque alguien piensa diferente, aun cuando pueda ser una opinión “completamente retrograda” no es válido. Mill llegó a la conclusión de que sólo podemos intervenir en el otro por medio del consejo o la plática, nunca se puede forzar a alguien a creer una opinión. Mucho menos cuando desde el punto más extremo, la opinión que queremos defender no puede ser considerada como la verdad absoluta.

Esto no quiere decir que debemos caer en un completo relativismo. Sino que debemos guardar cierta reserva en cuestiones tan delicadas como el debate de si está “bien” o “mal” la adopción de menores por parejas del mismo sexo. Como hombres de limitada capacidad de conocimiento, no podemos contar que tenemos en un momento dado la verdad absoluta, pero por el mismo hecho de contar con razón, podemos intentar explicar, comprender y defender nuestra postura acerca de la verdad.

Fue por eso que defendí el derecho de la asistente de mantener su opinión sobre la adopción. No obstante, ahora me veo obligada a adoptar una opinión al respecto. Acepto que yo no tenía una postura clara, pero el domingo, mientras realizaba mi tesis, volví a la reflexión leyendo a John Locke y adopté una postura que intentaré defender con argumentos y no con la pasión.

John Locke tuvo un papel importante en el desarrollo del liberalismo, lo que de entrada, nos da una idea de su postura. El escribió varias obras, no obstante, sólo me referiré a lo escrito por él sobre “el poder paternal”.

En este capítulo contenido en su obra, Segundo ensayo sobre el gobierno civil, Locke habla entre otras cosas del poder paternal, para refutar el apoyo del gobierno monárquico desde la creencia de que los padres (varones) tienen un poder ilimitado sobre los hijos.

En primer lugar, sostiene Locke, que es injusto dotar de un completo poder al padre, puesto que la madre tiene la misma autoridad sobre el cuidado de los hijos.

De ahí que no pueda hablarse de una autoridad absoluta del padre (varón) sobre su hijo.

No obstante, el poder de ambos padres, no puede ser tampoco considerado de forma absoluta.

Todos los seres humanos somos iguales, también los niños, pero no desde su nacimiento, ya que la igualdad entre los hombres, se manifiesta por el uso que todos tenemos de la razón; y los niños al nacer, aun no cuentan con entendimiento y razón que les permita conducir su voluntad  por el mejor camino.

Es por esto que Locke entiende la libertad como aquél estado en que los hombres, al hacer uso de su razón, pueden dirigir su voluntad conforme a la ley de Dios, la cual ordena que los hombres vivan felices en sociedad, sin dañarse los unos a los otros.

Es el concepto de libertad que conocemos: la libertad es hacer lo que uno considere lo mejor, siempre y cuando no dañe a los demás.

Un hombre no puede ser libre si los otros hombres atentan contra él, o si el atenta contra los demás.

Un niño que llega al mundo sin conocimiento de esta “ley de dios” como la nombra Locke, o la ley civil de un Estado, no puede ser alguien libre, puesto que al desconocer la ley, y al no desarrollar completamente su razón, puede conducirse hacia lo que no es bueno para él y para los otros.

Así encuentra Locke que el deber de los padres es el de dar sustento, educación y protección a sus hijos hasta que puedan adquirir esta condición de hombres libres que se rigen bajo la razón de la ley natural, o cumplir con la edad para adquirir la ciudadanía, que en México es de 18 años, bajo la ley civil.

Los locos o los idiotas que por defectos naturales no pueden hacer uso de la razón, y pueden atentar contra si mismos o contra los otros, nunca perderán así el gobierno de sus padres o la tutela del Estado.

Pero por ejemplo, cuando un niño no tiene padres que cuiden de él y dirijan para bien su voluntad, Locke señala que las leyes positivas de los Estados deben velar por su tutela.

Es por esto que los niños sin padres en los estados actuales, pasan a ser jurisdicción del Estado y el Estado debe en lugar de sus padres, darles un sustento, educación y protección adecuados.

Pero además del Estado, el niño que se queda sin sus padres biológicos, puede contar con la tutela de otras personas que garanticen en lugar del padre, su protección y educación, hasta el momento en que el niño pueda valerse por si mismo, puesto que:

Muy poco poder da al hombre el mero hecho de engendrar una criatura, si todo su cuidado terminara allí y éste fuera el único derecho que tiene al nombre y autoridad de padre. (Locke 2002, 47).

 Pero ¿estará bien que dos personas del mismo sexo den esta educación, protección y sustento a un niño, cuando los padres biológicos no pueden dárselo?

Yo sostengo que sí puesto que el fin de los padres no es el de definir la preferencia sexual de sus hijos:

“El poder paterno no va más allá de imponer la disciplina que le parezca más eficaz para darles fuerza y salud a sus cuerpos, valor y rectitud a sus mentes, según mejor convenga para que los hijos sean útiles a sí mismos y a los demás.” (Locke 2002, 47).

El fin de la autoridad de los padres sobre sus hijos, es el de brindarles amor, protección, alimento, vestido, vivienda etc., hasta que puedan convertirse en hombres libres, tomen sus propias decisiones y puedan brindarse los medios de subsistencia de forma propia. Nunca la autoridad de los padres consistirá en obligarlos a creer o actuar de determinada manera. De ahí que un tutor pueda ser cualquiera, hombre o mujer, dos hombres que se aman o dos mujeres que se aman,  siempre y cuando ellos mismos sean hombres y mujeres libres.

Por eso el Estado al permitir la adopción, sólo lo hace cuando se verifica que la pareja que busca hacerlo, son personas responsables que pueden garantizar la vida digna del niño.

Hasta el día de hoy no sabemos con certeza las causas de la homosexualidad, no sabemos si es “mala” o “buena” per se. Creemos que todas las personas pueden hacer lo que deseen mientras no dañen a los demás. Por lo tanto,  pueden adoptar a un niño, siempre y cuando, puedan ser capaces de conducir al niño al estado de su libertad.

Si se tuvieran pruebas fehacientes de que la condición de la homosexualidad y su influencia sobre otros, impide que una persona en desarrollo pueda ser una persona libre, entonces el Estado tendría una razón para impedir la adopción legal de menores.

Locke era religioso, y tal vez pudiera manifestar una opinión contraria con respecto a la adopción por homosexuales, no obstante, también fue un teórico político muy importante, y es claro que estos argumentos, que el mismo expuso en la obra más sistemática de sus ideas, son útiles para defender esta postura de tolerancia. Probablemente sin su particular postura religiosa nunca hubiera escrito lo que escribió, recordemos finalmente que las creencias religiosas, también merecen de tolerancia.

Si no permitiéramos la adopción de menores por parejas del mismo sexo, negaríamos la condición de igualdad y de libertad a la que todos los hombres tenemos derecho por el simple hecho de ser hombres.










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